A finales del siglo XIII, existía una profesión que era la de cirujano-barbero, cuya labor era de lo más polivalente, igual cortaban la barba y el pelo que hacían sangrías, extraían muelas o blanqueaban los dientes.
Este oficio surgió por las disputas entre los gremios de cirujanos y barberos, ya que aunque los primeros eran gente con estudios, los barberos eran más solicitados por la diversidad de servicios que prestaban, y muchos contaban con la confianza de nobles a los que prestaban sus servicios y que no creían demasiado en la medicina de aquella época.
Algunos de esos barberos se dejaban aconsejar o incluso estaban acompañados en su aprendizaje por un cirujano, pero la mayoría tomó el oficio heredado de sus padres.
Cuando los cirujanos-barberos que tenían prestigio y no eran ambulantes se establecían en un local, adoptaron como símbolo para colocar en sus puertas y que la gente los reconociera, un cartel con una mano levantada de la que chorreaba sangre que caía a la sangradera.
Como las manchas de sangre del poste no daban buena impresión a los clientes, el poste se pintó por completo de rojo y en él se ataban trozos de venda blancas.
Entonces el gremio decidió cambiar el reclamo de sus fachadas, y en lugar de la mano chorreando sangre, colocaron el poste blanco y rojo que era más discreto para señalizar su establecimiento.
A finales del siglo XIX, en la mayoría de ciudades, la presión de los cirujanos consiguió que los barberos lograran por separado un gremio independiente, y a pesar de ello conservaron el famoso poste que hoy en día seguimos se sigue viendo en muchas barberías e incluso alguna peluquería que está rescatando este símbolo.
Algunos de estos postes incluyen el color azul, introducido por los franceses y posteriormente por los americanos para resaltar los colores de su bandera.